sábado, 5 de diciembre de 2009

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LA CAÍDA DEL TELÓN DE ACERO

El pasado mes de noviembre se conmemoró el vigésimo aniversario de la caída del “Telón de acero”. Esta expresión fue usada por Winston Churchill el 5 de marzo de 1946 cuando daba una conferencia en el gimnasio del Wenstminster College, en Fulton, una pequeña población de Missouri que hasta entonces pocos estadounidenses sabían situar en el mapa.
«Desde Stettin, en el Báltico, hasta Trieste, en el Adriático, un gran telón de acero ha caído a lo largo de todo el continente. Tras esa línea, se encuentran todas las capitales de los antiguos estados de Europa Central y Oriental (...) Todas esas ciudades y sus habitantes se encuentran bajo lo que debo llamar 'esfera soviética', y todos están sometidos, de una manera o de otra, no sólo a la influencia soviética, sino a una muy elevada, y en algunos casos creciente, forma de control desde Moscú».
Ésta fue una de las alocuciones más famosas del siglo XX, demostrando así a todo el mundo, su gran fama de orador. Aunque, una cosa es llevar la expresión a la fama y otra muy diferente ser su creador, pero ese es otro tema.
Han pasado más de veinte años desde la caída de uno de los símbolos más vergonzosos de la guerra fría, el Muro de Berlín. Regímenes como el de aquella Alemania oriental tiene sus bases en la apariencia, la mentira, el fanatismo y en la más cruel de las represiones. Kilómetros de hormigón, alambre de espino y miedo dividieron Berlín desde poco después de la Segunda Guerra Mundial.
Es posible que aquellos viejos políticos que ahora se reúnen para charlar y dejarse ver ante la prensa mundial, en un famoso teatro de variedades de Berlín cuyo nombre no sé pronunciar, evitaran en su día una guerra termonuclear.
Pese a ello, la huella bélica dejada es profunda y aterradora, nada fácil de eliminar. La guerra fría se ha encargado de modelar a su antojo las actuales instituciones europeas y ha dejado además una herencia inquietante. En primer lugar, un estremecedor arsenal de armas, capaz de provocar la destrucción del planeta entero si fuera necesario. En segundo lugar, unas marcas geopolíticas, principalmente entre las dos superpotencias mundiales que habían estado enfrentadas durante más de 45 años.
En la actualidad, innumerables conflictos locales y guerras étnicas y religiosas se desatan entre pueblos hermanos, dejando evidencia de la inseguridad que vivimos. Los presupuestos de defensa de estos países, grandes y pequeños, son ahora mayores que durante la guerra fría, eligiendo, preferentemente, métodos represivos para resolver sus conflictos internacionales.
Es evidente que a lo largo de estas dos últimas décadas el mundo no se ha convertido en un lugar mejor: las disparidades entre ricos y pobres se han incrementado, no sólo en los países en vías de desarrollo, sino también dentro de los desarrollados.
Las naciones siguen realizando su particular carrera armamentista, intentando alcanzar nuevas tecnologías capaces de provocar destrucciones masivas. Siguen los conflictos regionales, las disputas ideológicas e incluso se ha disparado, el uso irracional de nuestros recursos naturales. Todo un éxito.
A diario asistimos a toda esta barbarie que los medios de comunicación, con su mejor intención, nos acercan hasta nuestras casas. Imágenes que podemos digerir, sin la menor pesadez, junto a nuestro estofado de ternera.
Nuestros hijos no tienen ni idea de lo que es la guerra fría, pero conviven, día a día, con hechos similares. Atentados muy parecidos a los que allí ocurrían, sangrientos y llenos de miedo, que podrían confundirse, pese a las dos décadas de diferencia, con los que hoy emiten los telediarios de las tres.
Todavía existen muros altos y gruesos, de color gris, tristes y penosos, lamentables telones de acero llenos de espinas.
Pero esos muros de la vergüenza están siendo azotados, levemente, por una brisa de libertad y esperanza.
Seguro que algún día, espero que no muy lejano, esa leve brisa se convierta en un fuerte vendaval de libertad y paz capaz de derribar los muros más altos y espesos.
Espero que mis hijos, el día de mañana, puedan celebrar como nosotros celebramos hoy, la caída de muchos telones de acero.

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