Me sentía un hombre con suerte: zapatos de charol, traje de Armani reservado para la ocasión, camisa y corbata de seda importada y un par de relucientes gemelos que asomaban por las mangas de la chaqueta. Cogí mi maletín y salí de casa en dirección al garaje tatareando mi canción favorita. Era un día espléndido y no me quería perder su atardecer. Arranqué mi Bemeuve y saqué de la guantera un paquete de cigarrillos. Hacía meses que dejé de fumar. Pero, hoy merecía la pena encender uno. Después de varias horas conduciendo llegué a aquel acantilado, era mi lugar favorito. De joven contemplé cientos de atardeceres desde este mismo lugar. Saqué el maletín del coche. Me senté en el filo del acantilado y lo abrí. Encendí un cigarro mientras sacaba de él mi revolver, lo cargué.
Ése fue mi último atardecer.
Este es terrible, yo pensaba que tenía una cita con un amor. Intriga en 15 líneas, me gusta.
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