martes, 1 de junio de 2010

Periódico Horadada Información. Mes de Junio.

FÚTBOL Y SEÑORAS CON MOÑOS

El otro día tomaba un café en Cartagena con un amigo cuando, al terminar, me invitó a ver un partido de fútbol juvenil en el que participaba su sobrino. Él sabe que no soporto este deporte, pero accedí por pasar un rato en su compañía. «Aprovecharemos el partido para charlar», me dijo. Así que acepté.
Tras pasar por la puerta del vestuario y saludar al sobrino de mi amigo nos sentamos en la grada. Piedra dura de cojones, no crean. Y mientras los chavales de uno y otro equipo calentaban siguiendo las instrucciones de sus correspondientes entrenadores -parecían futbolistas de verdad, de esos que cobran millones de euros- nosotros charlábamos en nuestros asientos.
El campo se llenaba por segundos: amigos de los jugadores, grupos de chicas con las hormonas a cien que iban a ver a sus jóvenes Ronaldos, padres, madres, hermanos, tíos e incluso amigos de los tíos a los que no les gustan el fútbol. Todo a tope. Debía de ser un partido importante.
A nuestra derecha se sentó una familia que los hijos no debían de tener más de diez u ocho años. A la izquierda, una respetadísima señora con un moño - parecía que se había escapado de una boda- adornado con pendientes y collares de perlas gordísimas. Tenían pinta de ser caros.

Así que mientras mi amigo y yo seguíamos charlando de nuestras cosas salieron los jugadores al campo preparados para comenzar el encuentro. Ambas aficiones aplaudían al ver a los componentes de su equipo pisar el terreno de juego. De repente, tras un silencio, saltaron al campo tres chavales de la misma edad que los jugadores. Eran los árbitros. Dos de ellos, portando unas banderolas en las manos y tras revisar las redes-esto debía de ser serio-, se pusieron en las bandas. Uno muy cerca nuestra. El pobre, antes de que comenzara el partido, tuvo que soportar un rapapolvos impresionante de la señora del moño. Al escucharla pensé que tendría que ser una entendida en fútbol; la jefa de los árbitros o algo así. Parecía muy cabreada. Como si la boda no hubiera ido muy bien. Y tras un pitido el partido comenzó.
Mientras los chavales jugaban, el resto de espectadores – nosotros no tomamos nada, somos un poco tacaños- se ponían hasta arriba de cerveza y otras bebidas alcohólicas. No es que yo no beba, no soy ningún santo; pero me llamó la atención que aficionados al deporte combinen con éste el alcohol. Pensaba que era todo lo contrario. En fin, cosas mías.

El marcador seguía a cero y mi amigo y yo a lo nuestro: charlando. El encuentro se desarrollaba sin incidencias entre el griterío de la gente. Imagino que eso es normal. En alguna ocasión me sobresaltaba algún «hijoputa» o «árbitro cabrón» que creía escuchar de fondo. La señora del moño -yo sigo pensando que es la jefa de los árbitros- no paró en todo el partido de abroncar al pobre chaval que estaba en nuestra banda: «Así no se pita, tontolaba» «Como levantes el banderín te lo vas a comer, niñato» y un largo etcétera de instrucciones futbolísticas. La verdad que el chaval tenía paciencia, o educación. Cosa que la señora del moñito no debía de tener mucha. Mucha perla gorda… pero poco de lo otro.

La cosa es que mi amigo y yo, sin prestar mucha atención al partido en sí, seguíamos con nuestra charla: comentamos mi último artículo y los correos recibidos al respecto sobre corrupción y bancos; hablamos del artículo de Rosa Sánchez –le tuve que explicar que no somos familia, lo del apellido es sólo casualidad-; y, justo cuando iba a empezar a criticar lo poco que pagan a los colaboradores en este periódico, un impresionante revuelo me hizo abandonar la conversación. La gente gritaba como loca: el padre de la familia que se encontraba a nuestra derecha había perdido los papeles. «Maldito cabrón sinvergüenza; si te cojo te mato, inútil» «eres un borrego» y un sinfín más de agradables términos tácticos que le gritaba al árbitro pese a la mirada de su hijo pequeño. «El padre que todo hijo quiere tener», pensé. Un orgullo. Pero la cosa no quedó ahí, la gente se exaltaba por segundos: los amigos, padres, madres y hermanos que antes aplaudían, ahora gritaban como energúmenos a un pobre chaval de veinte y pocos años que se gana unos eurillos con el fútbol para poder ir tirando mientras acaba sus estudios.
El público seguía insultando al árbitro mientras los jugadores de uno de los equipos lo rodeaban. Y cual es mi sorpresa cuando veo que un jugador le intenta dar dos puñetazos. Pero no lo consigue. Y los padres y madres siguen insultando a un chaval que podría ser su hijo. Enloquecidos. Y los jugadores siguen acorralando al árbitro, que está solo. Y éste, pese a estar solo, con dos cojones se pone en guardia. Y ningún niñato de los que tiene de frente tiene pelotas a tocarlo. Porque el árbitro está más en forma que ellos y los tiene mejor puestos. Porque seguramente no está acostumbrado a que sus papis se lo den todo hecho. Y aguanta el tirón como puede; hasta que un cobarde con no sé que número en la camiseta, por detrás y escondiéndose en el tumulto de jugadores, le da un puñetazo a traición y lo tira al suelo. Por la espalda. Entonces sí: todos los valientes que antes no le hacían nada porque estaba de frente y en guardia y no se arrimaban a más de una cuarta porque les hubiera sacudido un par de buenos mantecados a cada uno y hubieran hecho el ridículo ante sus queridísimos papis; ahora, con el árbitro en el suelo se ceban a patadas y puñetazos. Cobardes. Y los papis de las criaturas; y hermanos; y hasta la señora del moño siguen gritando. Perdón: insultando. Como animales.
Al fin, el entrenador del otro equipo salta al terreno de juego –o de lucha- y aparta a esos cobardes del árbitro. Y protegiéndole lo lleva hasta el vestuario. Y ahí se acaba el espectáculo. Sin más.

Al poco, se confirma por los altavoces que el encuentro se suspende. Que el árbitro está herido de gravedad y no puede seguir pitando. Y el público, decepcionado porque sus niñitos no han colado ningún gol al estilo Kaka –lo de la tilde no es una errata-, abandonan el estadio.
Y yo, con cara de tonto y preguntándome si eso es fútbol, miro a mi amigo y le pido que la próxima vez me lleve a ver un combate de boxeo. Ahí, por lo menos, no hay señoras con moños dando instrucciones a los árbitros.

3 comentarios:

  1. Muy buen artículo, Isidoro. Pues sí, no me gusta el deporte de competición porque, en ocasiones, parece ir unido a "agresividad" y "vandalismo". Pero lo más impactante es el comportamiento de algunos padres: queremos que reciban una educación ejemplar en los colegios, por parte de los profesores; y en casa, en el núcleo familiar, donde empieza la verdadera educación, se comportan como salvajes.
    Pienso que nos deberíamos analizar más en profundidad y no dejarnos llevar por aficiones malentendidas y pasiones descontroladas.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Me ha gustado mucho el artículo de este mes.

    Enhorabuena por él.

    ResponderEliminar
  3. Hola amigo, poco a poco me voy poniendo al día en tus artículos, este me ha gustado mucho. Creo que el que tenga vocación de arbitro efectivamente debería probar en deportes "minoritarios" donde los aficionados y participantes son también una especie "minoritaria" en España, es decir seres humanos.

    ResponderEliminar