-¿Sabe cómo se hace un aborto, padre Quart?...- Se había vuelto a estudiarlo, buscando la respuesta en su rostro para descartarla al fin con una mueca despectiva-. No, creo que no lo sabe. Quiero decir que no lo sabe de verdad. Toda aquella luz, y el techo blanco, y las piernas abiertas. Y las ganas de morirse. Y la infinita, fría, espantosa soledad...- se apartó bruscamente de la ventana-. Malditos sean todos los hombres del mundo, incluido usted. Maldito hasta el último de ellos.
La piel del tambor
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